[En la imagen, Antoñita Contreras, La Singla, grandísima bailaora que, como Carmen Amaya, también nació en el barcelonés Somorrostro.]
Salirse por peteneras, tomar algo a palo seco, estar o salir de parranda, saber de qué palo va, dar el cante, contar milongas, dar seguidillas… ¿Sabías que todas estas expresiones tan usadas en nuestro hablar cotidiano provienen del flamenco?
El flamenco es una manifestación artística escénica de cante, toque y baile, característica de Murcia, Andalucía y Extremadura, que fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO el año 2010.
Respecto al cante, los palos flamencos son los diferentes estilos o tipos de cante que se agrupan en función de la procedencia, el compás (patrón rítmico, métrica) y el tipo de acompañamiento (baile o toque). Los principales temas del cante flamenco son la vida, la muerte, el amor y el desamor, que el cantaor o la cantaora interpretan apasionadamente.
Cada palo tiene su propia estructura formada por una parte fija (permite al cuadro sincronizarse al compás) y una parte variable que admite improvisación y en la que los artistas realmente pueden dar rienda suelta a sus emociones.
Existen más de setenta palos de flamenco entre los que destacan las alegrías, las bulerías, los cantes mineros (murcianas, tarantas, cartageneras, levanticas, mineras), las jotas, las granaínas, las sevillanas, las milongas, las peteneras, las marianas, la parranda, la saeta, la rumba, el cante jondo con sus cantes grandes (tientos, tonás, soleares, martinetes y, por supuesto, las seguiriyas), los fandangos, los tangos, los verdiales y los villancicos… HO HO HO!!! 🎅🏻 ¡¡¡Feliz Navidad!!! 💫
¿No me digas que no sabías que hay un palo flamenco “villanciquero”? ¡Sí, sí, sí! Te lo explico ahora mismito… Los primeros villancicos datan del siglo XV y básicamente eran una composición poética popular con un estribillo, de tres o cuatro versos, que se repetía tras cada estrofa. El nombre “villancicos” deriva del término latino “villanus” —villanos— palabra con la que se identificaba a las personas de clase humilde que residían en las villas medievales y que, en definitiva, eran las que transmitían oralmente esas cancioncitas que trataban todo tipo de temas y, en ocasiones, se acompañaban instrumentalmente. En la época del Renacimiento, los villancicos se pusieron de moda y se convirtieron en un género más del momento —al mismísimo lado de las jarchas y las cantigas— y fue entonces cuando, al ser tan famosillos, la Iglesia Católica quiso tomar su popularidad para convertirlos en música religiosa con letras dedicadas al evento más importante y celebrado: el nacimiento del niño Jesús y la Navidad. A finales del siglo XIX, en Andalucía, se empezó a ejercer una diríamos “influencia” flamenca sobre estas composiciones ya de carácter religioso, y fue a partir de ahí cuando aparecieron los villancicos cantados junto con romances y nanas, instrumentalmente interpretados dándole a la pandereta y la zambomba, “vocalmente” acompañados de copita de anís 😋, y “físicamente” arrancándose por tangos gitanos y bulerías 💃🏻 alrededor de una buena candelá 🔥.
Consta que la primera persona que adaptó los villancicos navideños al flamenco fue “El Niño Gloria” —Rafael Ramos Antúnez— con el villancico que, precisamente, le brindó su nombre artístico “Gloria” al genial cantaor jerezano, y cuyo estilo fue seguido hasta por La Niña de los Peines, Naranjito y el mismísimo Camarón.
“Los caminos se hicieron
con agua viento y frío,
caminaba un anciano
muy triste y afligío.
¡Gloria!
Y a su bendita Mare.
¡Victoria!
Gloria al recién nacío.
¡Gloria!”
Cerrando el capítulo navideño, sigo… La seguiriya es uno de los palos flamencos más antiguos que existen y se define por condensar dramáticos, sombríos y trágicos sentimientos de tristeza, angustia, muerte, sufrimiento, dolor… que desatan la emoción del cantaor o la cantaora y, perdiendo la compostura, sucumbe arrancándose a decir, a cantar, por seguiriyas.
Antiguamente solían interpretarse ‘a palo seco’, o sea, a cappella, sin el acompañamiento de la guitarra, y son el palo de cante más ‘jondo’ y puro, es decir, el que sale más hondo, más profundo, del alma.
Con tan solo estos cuatro versos, vas a entender lo estremecedora y ‘jonda’ que puede ser la letra de una magnífica siguiriya:
“Siente tú mis fatigas,
siente tú mis penas,
que yo también voy a sentir las tuyas,
cuando tú las tengas”.
Si en el tablao la seguiriya se acompaña de baile, nos deleitaremos con unas figuras que resultan ser tan hieráticas y sobrias como raciales, étnicas, puras… sin adornos ni florituras.
Cabe mencionar que estudiosos de la seguiriya, la relacionan con los cantes de duelo y encuentran en ella el arquetipo de la jondura del arte flamenco; de hecho, el célebre compositor gaditano Manuel de Falla, en su publicación El Cante Jondo. Cante primitivo andaluz de 1922 —para el Concurso de Cante de Jondo en Granada que promovió junto al incomparable poeta Federico García Lorca—, manifiesta que en la seguiriya es donde se halla “más vivaz el viejo espíritu” del cante andaluz, así como “elementos del canto litúrgico bizantino” y “formas y caracteres independientes, en cierto modo, de los primitivos cantos sagrados cristianos y de la música de los moros de Granada”.
Y es que el cante jondo debe su espíritu a los cantes con letras árabes y hebreas que trajeron a la Península los primeros grupos gitanos, originalmente provenientes del norte de la India, que se establecieron en el sur de Europa en el siglo XV e incluso, más místicamente, debe su espíritu a los cantos litúrgicos bizantinos interpretados en las iglesias españolas desde la Cristianización hasta el siglo XI, momento a partir del cual se introdujo el estándar romano en los templos.
Para terminar el post quisiera dar respuesta a una curiosidad acerca de la relación entre el flamenco y los japoneses. Muchas personas se preguntan por qué motivo en Japón arrasa este arte escénico y cómo es posible que en Tokyo haya más academias para aprender flamenco que en España entera.
Si consideramos que Tokyo es una ciudad de aproximadamente 53.000.000 de habitantes (el mismo número de habitantes de toda España) tampoco sería para echarse las manos a la cabeza, pero está claro que algo ocurre con el flamenco para que un país a 11.000 km. de distancia del nuestro sea su segunda patria y en otros países más cercanos no sea ni la mitad de popular.
Según se documenta, el flamenco llegó a Japón en los años 20 del siglo pasado de la mano de una bailaora conocida como La Argentina que llevó su espectáculo de gira a un Japón que acababa de participar en la Conferencia de Paz de Versalles (1919) y que se encontraba bajo el gobierno del hijo del emperador Meiji, su sucesor al trono Taishō Tennō —conocido como es tradicional por su nombre póstumo—, hombre muy interesado en todo lo referente a la cultura occidental.
A finales de la era anterior, la Meiji, ya se había iniciado una incipiente apertura del país a Occidente, se había creado un Ministerio de Cultura, fundado la Universidad de Tokyo en la que incluso se contrataron algunos profesores extranjeros, también la Universidad de Keiō, se había permitido escolarizar a las niñas y el acceso a educación superior para las mujeres… pero aún así, es de suma importancia destacar que la sociedad japonesa estaba ‘casi recién salida’ del más duro feudalismo a la asiática y, por tanto, la figura marcial del hombre seguía concentrando toda la fuerza y el poder, la mujer continuaba siendo educada según los preceptos confucionistas que otorgaban a su naturaleza el yin, el lado oscuro, el ‘negativo’ y, de acuerdo a su condición, debía seguir entreteniendo o satisfaciendo las necesidades de su padre, después de su marido y posteriormente las de sus hijos varones y, socialmente, podía únicamente moverse dentro del ámbito doméstico. Solamente un aspecto era compartido y común a hombres y mujeres en la cotidianidad japonesa y, hoy en día, sigue siéndolo: la represión emocional en una cultura donde las formas se cuidan y se respetan estrictamente hasta extremos que son incomprensibles para los individuos provenientes de las sociedades latinas.
Y, en este contexto, llegó el flamenco… llegó una artista que, transformada y empoderada por tan cautivador arte, se subía a un escenario y, para deleite de unas mujeres que clamaban por dejar atrás la insignificancia y liberarse de tanta opresión y de tanto sufrimiento, lo hacía expresando con impetuosidad y desgarro todos sus sentimientos.
Las japonesas, tradicionalmente versadas en el entretenimiento y en prácticas de canto y baile, fueron las primeras en rendirse a tal modo de expresión artística, y los japoneses las siguieron casi hipnotizados por la voz áspera de los cantaores y el compás flamenco (coincidente con el compás oriental, modo Mi o modo frigio) que les conectaba con su expresión musical más ancestral. Tampoco podemos obviar que la música tradicional japonesa hōgaku 邦楽 encuentra sus raíces en China y comprende la música de la corte imperial o música cortesana gagaku 雅楽 y la música budista o litúrgica shōmyō 称名 (literalmente ‘voz’ pero con connotación de ‘sabiduría’) que tiene su origen en India, más concretamente, en los cover (versiones) que los monjes chinos hicieron de los cánticos védicos, textos musicalizados de las escrituras sagradas hinduistas.
Para hacerte una idea más vívida de lo que te estoy contando, solamente tienes que escuchar canto tradicional japonés y comprenderás a qué me estoy refiriendo cuando relaciono la expresión musical ancestral japonesa con el cante jondo o la siguiriya gitana:
Tal y como afirma Falla en la publicación anteriormente citada acerca del canto andaluz y sus peculiaridades “es acaso el único (canto) europeo que conserva en toda su pureza, tanto por su estructura como por su estilo, las más altas cualidades inherentes al canto primitivo de los pueblos orientales”, en concreto “algunos cantos de la India y otros pueblos de Oriente”.
Así, el flamenco se convierte en la vía para conectar a los japoneses con su Yo más ancestral e íntimo y desarrollar su presencia hasta exteriorizar unas emociones, unos sentimientos, una pasión por la vida y por la naturaleza, que la sociedad nipona guarda quizá a demasiado buen recaudo.
Acabaré el post volando rumbosa y rumbera… ¡A disfrutarlo!
Volare, Gipsy Kings cover de Nel blu, dipinto di blu de Domenico Modugno.